La misión de Dios: introducción a una teología de Missio Dei 

“Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y, poniéndose en medio de ellos, los saludó. ―¡La paz sea con ustedes! Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los discípulos se alegraron. ―¡La paz sea con ustedes! —repitió Jesús—. Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes. Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo:―Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen sus pecados, les serán perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados.” (Juan 20:19-23, NVI) 

En el siglo XVII en Dresden, vivía un conde alemán llamado Nicolás Zinzendorf. Era cristiano, tenía un amor fervoroso por Dios y una gran pasión por su misión. En aquellos días los conflictos religiosos eran muchos y, debido a ello, una multitud de grupos protestantes de otras zonas de Europa debieron huir de sus casas y países por temor a la persecución. Gran cantidad de estos refugiados moravos, junto a otros grupos, llegaron a Alemania y Zinzendorf les permitió quedarse y alojarse en una parte de los terrenos que le pertenecían. Poco a poco, más y más refugiados llegaron hasta formar una pequeña comunidad de más de 300 personas a la que llamaron Herrnhut (‘el cuidado del Señor’). El conde organizó una iglesia y reuniones de estudio bíblico y oración para dicha colonia. Sin embargo, pese a que todos eran creyentes, mientras más aumentaban en número, más aumentaban los problemas y conflictos entre ellos debido a sus diferencias. 

Buscando traer unidad a este grupo, Zinzendorf reunió al pueblo y les invitó a entrar en un tiempo de oración y unidad por un período de tres meses. El tiempo concluyó con un servicio de comunión el 13 de agosto de 1727. En medio de este servicio hubo un poderoso sentir de la presencia de Dios y las personas comenzaron a reconciliarse y confesar sus pecados. Un gran avivamiento comenzó ese día y dio inicio una vigilia de oración continua por 24 horas los siete días de la semana, la cual duró 125 años. De este avivamiento, la pequeña colonia de pobres refugiados sin educación envió misioneros a todo el mundo, quienes incluso estuvieron dispuestos a hacerse esclavos para evangelizar a los esclavos africanos en el Caribe.

Hoy en día puedes ir a los cementerios caribeños y visitar las tumbas de algunos de esos misioneros. La reconciliación de la comunidad de Herrnhut y el gran mover de oración resultaron en un gran movimiento misionero que cambió al mundo entero. Su pasión por Cristo y por la misión jugaron incluso un papel importante en la conversión de John Wesley, y de la metodología utilizada en su trabajo de evangelismo y misión se originó lo que hoy conocemos como el movimiento metodista.

Comencé el artículo con esta historia porque creo que ejemplifica lo que significa el renacer de la pasión por la misión, y porque contiene algunos principios claves para su despertar en la Iglesia Latinoamericana de hoy. En particular, el rol de la oración, de la unidad y de la iglesia en misión. Además, vemos una visión integral de lo que es misión. 

No tengo el espacio necesario en este capítulo para exponer una extensiva teología bíblica de misión. Sería necesario todo un libro y ya muchos lo han hecho. No obstante, me gustaría resaltar algunos puntos básicos y claves para una teología bíblica de misión para latinos y Latinoamérica, usando el pasaje citado al comienzo del capítulo, Juan 20:19-23. Ahí Jesús nos indica el quién, el cómo y el qué de la misión.

La misión de la iglesia

Primeramente, en Juan 20 vemos que la misión comienza, no con la iglesia, sino con Dios mismo, el Dios Trino. “Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes” (Juan 20:21). Dios, en su esencia, es misión. Como dice David Bosch: “Del Padre enviando al Hijo, y del Padre y el Hijo enviando al Espíritu Santo, se desprende otro movimiento: Padre, Hijo y Espíritu Santo envían a la iglesia al mundo.” La misión no pertenece a la iglesia, sino a Dios mismo. Rene Padilla asevera lo siguiente: “La misión cristiana es primordialmente Missio Dei (la misión de Dios). Nace en el corazón de Dios, actúa en la historia por el poder del Espíritu Santo y está orientada a la exaltación de Jesucristo como Señor del universo y de cada área de la vida humana, para gloria de Dios. En síntesis, la misión cristiana comienza y termina con Dios.”

Jesús nos muestra, con el ejemplo de su propia vida, aquello a lo cual nos invita a participar. La misión comienza con Dios mismo y es algo a lo que estamos invitados a contribuir y colaborar con Dios. Por lo tanto, trabajar en la misión es potenciar parte de quienes somos nosotros, en nuestra esencia como seres humanos, hechos a la imagen de Dios (Génesis 1:27). El primer mandato en Génesis (9:7) de “ir” y multiplicarse es un anticipo a la gran comisión de “ir” y hacer discípulos (Mateo 28:19) y ser testigos hasta el fin del mundo (Hechos 1:8). Esta realidad debe resaltar para nosotros también la centralidad de la oración en la misión. A través de la oración buscamos escuchar de Dios lo que él ya está haciendo y unirnos a su plan misionero.  

En segundo lugar, la misión es algo a lo cual se nos invita a participar como iglesia. La misión no es algo principalmente individual, ni algo primordialmente creado para las organizaciones llamadas “para-eclesiásticas”. La colonia en Herrnhut no creó una sociedad misionera aparte. Esta pequeña comunidad comenzó a enviar a sus propios miembros al mundo. Así como la Trinidad es comunidad en misión, también la iglesia es una comunidad en misión. La misión es una característica principal de Dios mismo y de nosotros como iglesia. En la Declaración de Lausana se establece lo siguiente: “La Iglesia que no es misionera es en sí misma una contradicción, y apaga el Espíritu… La evangelización mundial requiere que toda la Iglesia lleve todo el Evangelio a todo el mundo”.

La misión llevada a la práctica

“Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo: ―Reciban el Espíritu Santo.” (Juan 20:22-24) 

La inauguración del ministerio de Jesús comienza con su bautismo y el descenso de la paloma simbolizando el empoderamiento del Espíritu Santo para su misión. Él enfatizó esta realidad en su primer sermón después de su bautismo, declarando que todo lo que él hacía, lo hacía en el poder del Espíritu, tal como lo anunció el profeta Isaías: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad…” (Lucas 4:18, NVI) 

De igual manera, nuestro llamado y envío para la misión comienza en el día de nuestro bautismo, y el poder para cumplir esta misión se nos da en el Espíritu Santo. Al soplar Jesús sobre sus discípulos después de comisionarlos para la misión, les anticipaba la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, la cual tendrían que esperar antes de llevarla a cabo (Hechos 1:8). Al estudiar el libro de Hechos, podríamos decir que, luego de la ascensión de Cristo, el principal misionero es el Espíritu Santo. La iglesia tiene el privilegio de participar en misión, pero solo en tanto colabore con lo que el Espíritu está haciendo y se someta a su dirección.

Habiendo establecido esto, podemos enfocarnos en el "qué" de la misión. Si regresamos al pasaje de Juan, podemos ver que la misión de Jesús es el modelo para la misión de la iglesia, al decir: “Como el Padre me envió a mí yo los envío a ustedes…” (Juan 20:21) Estudiando la misión de la iglesia en Hechos, vemos que es una continuación o un eco de la misión de Jesús en los evangelios. Dicha misión tiene tres componentes centrales: la proclamación del evangelio (entendido como las buenas nuevas salvadoras centradas en la muerte y resurrección de Jesús y la inauguración de su Reino), la afirmación del evangelio con señales y milagros, y la demostración del evangelio con hechos de amor y buenas obras, especialmente hacia los pobres. 

Para poder entender en qué consiste la misión del pueblo de Dios, el Pacto de Lausana comienza explicando los efectos devastadores de la caída en las diferentes dimensiones de la persona humana. Es ante esta realidad, junto con sus efectos en la creación y el mundo en general, que el evangelio bíblico representa buenas noticias. 

Jesús proclamaba

Jesús predicaba: “Se ha cumplido el tiempo —decía—. El reino de Dios está cerca. ¡Arrepiéntanse y crean las buenas nuevas!” (Marcos 1:5). Por cierto, el mensaje en nuestra misión tiene una importancia central. Este mensaje se resume en una palabra: Jesús. Hablamos de Jesús. Proclamamos a Jesús como Rey y la venida de su Reino. Creemos que: “En ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos” (Hechos 4:12). 

No es solo un mensaje o solo palabras. Mucho del ministerio de Jesús se centraba en predicar y enseñar, pero no era todo lo que hacía.

El Espíritu afirmaba

El poder del Espíritu Santo afirmaba la veracidad de la identidad de Jesús como Rey y la realidad de la llegada del reino que él predicaba con señales y milagros poderosos. “Jesús recorría todos los pueblos y aldeas enseñando en las sinagogas, anunciando las buenas nuevas del Reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia.” (Mateo 9:35). La enseñanza y los milagros aparecen juntos muchas veces en los evangelios. Aproximadamente un 30% del Evangelio de Marcos habla del ministerio de sanidad de Jesús. 

Durante su ministerio, Jesús envió a sus discípulos en misión indicándoles que predicaran y sanaran. “Por dondequiera que vayan, prediquen este mensaje: el Reino de los cielos está cerca. Sanen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien de su enfermada a los que tienen lepra, expulsen a los demonios” (Mateo 10:7-8). Los milagros, la sanidad y otras señales del Espíritu Santo tenían la función de acompañar el mensaje predicado con la presencia poderosa de Dios y su Reino, y así llevar las miradas al Rey que había venido y a su Reino. Esto es evidenciado por Juan cuando al final de su evangelio nos dice: “Jesús hizo muchas otras señales milagrosas en presencia de sus discípulos, las cuales no están registradas en este libro. Pero estas se han escrito para que ustedes crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que al creer en su nombre tengan vida.” (Juan 20:30-31).  

Si bien la iglesia en sí no tiene la responsabilidad de comprobar el mensaje de Jesús, sí es necesario que ésta se esfuerce en practicar una postura de apertura hacia el poder del Espíritu Santo. Tanto los evangelios como el libro de Hechos nos animan a ser una iglesia que depende en oración de un Dios soberano que hace milagros por medio de su pueblo débil y perseguido (Hechos 4:24-31). 

Jesús demostraba

Por último, tal como Jesús, la iglesia está llamada a demostrar el evangelio amando al prójimo de manera visible, especialmente a los más necesitados (Santiago 1:27). Jesús estaba siempre con los que el mundo marginaba: prostitutas, cobradores de impuestos, leprosos, viudas y niños. Él es el buen samaritano recogiendo de la calle a los golpeados y necesitados. La iglesia primitiva en el Nuevo Testamento también siguió este ejemplo. Los primeros conflictos en la iglesia se dieron en situaciones en que ésta no estaba cumpliendo bien el cuidado hacia los pobres (Hechos 5:1-11, 6:1-7). La iglesia demostraba un amor “ágape” en su manera de vivir. “Quienes poseían casas o terrenos los vendían, llevaban el dinero de las ventas y lo entregaban a los apóstoles para que se distribuyera a cada uno según su necesidad.” (Hechos 4:34-35).

Es por lo anteriormente dicho que podemos decir que la misión de Dios consiste en vivir la realidad del evangelio que uno predica. El cuidado hacia los más necesitados demuestra el evangelio de amor de Dios. El evangelio es una realidad que transforma la vida entera, cambiando y reenfocando nuestra cosmovisión hacia nuestro prójimo. La misión de Dios une el mandamiento mayor de amar a Dios con todo el corazón y el de amar al prójimo como a nosotros mismos (Lucas 10:27).  

En resumen, tal como lo expresa Carlos Van Engen: “El propósito del cuerpo de Cristo es establecer que Jesucristo está presente en el mundo en forma real, tangible, visible y efectiva. La gente que no conoce a Jesús ha de conocerle en la presencia, la proclamación y los hechos persuasivos de la Iglesia”.

Desafíos y desarrollo

  1. Reconozcamos los vacíos en nuestra teología y en nuestro misionar 

Todos tenemos puntos ciegos. Muchos de nosotros quizás nos hemos enfocado más en alguna de las tres áreas de misión dejando a un lado las otras. Quizás hemos predicado mucho de Cristo, pero no hemos sido abiertos a la posibilidad de ver el poder del Espíritu Santo mediante sanidades físicas y emocionales. O tal vez hemos enfatizado acción social, pero no hemos sabido explicar con palabras la centralidad de Jesús y su cruz para salvación eterna. Para los que nos identificamos como reformados, es importante darnos cuenta que podemos caer en la tentación de predicar de la justicia de Dios que se nos es dada por gracia, pero no practicar esa misma justicia en nuestra sociedad entre los más necesitados. 

Otro riesgo similar es una misión con un mensaje poco profundo o bíblico. Un gran desafío en Latinoamérica es el hacer misión con un evangelio “liviano”, que convierte a muchos pero transforma a pocos. Tristemente, hay mucha necesidad de explicar nuevamente a la iglesia las doctrinas básicas del evangelio bíblico, como las de gracia y justificación por la fe, en un contexto en el cual la misión ha sido muchas veces confundido con una promesa de prosperidad y “superación personal”. 

A modo de evaluar nuestro andar como iglesia, quizás debamos hacernos la siguiente pregunta: ¿qué áreas de la misión (proclamación, afirmación y demostración) nos son más difíciles de llevar a cabo como congregación o denominación? 

2. Evitemos caer en una “ciencia de misión”

El mundo de “plantación de iglesias” (influenciado en particular por una filosofía modernista) corre el riesgo de enseñar misión como si fuese una ciencia. Dicen "haz esto y después esto otro, en cierto tiempo, y este será el resultado". Así quizás es como funciona una fábrica de autos, pero no es como funcionan las cosas del Espíritu, el mundo de las almas y la guerra espiritual. 

Esta mentalidad de la “ciencia de misión” conlleva muchas veces una dependencia de recursos externos: dinero, edificios, estrategias humanas. Muchas veces en Latinoamérica estos recursos externos han venido, tristemente, de países del primer mundo; de contextos donde hay más recursos económicos, pero no necesariamente más fruto en la misión. 

Por eso me encanta tanto el ejemplo de los moravos, un grupo que ha “trastornado el mundo entero” (Hechos 17:6) tal como los primeros discípulos. No debemos olvidar que Cristo, cuando envió a sus discípulos, lo hizo de una manera que va en contra de muchas de las estrategias de plantación de iglesias de moda hoy: “No lleven nada para el camino…” (Lucas 9:3-4). Un principio misional clave es la dependencia del Espíritu Santo que provee para el misionero aún a través de las personas que está alcanzando. En el movimiento de plantación de iglesias del cual soy parte (Caminemos Juntos) tenemos un dicho: “Los recursos están en la cosecha.” 

Es necesario entonces preguntarnos, ¿cómo podemos practicar misión de una manera que de verdad refleje una teología en la que el Espíritu Santo es el principal misionero y proveedor? 

Creo que la respuesta debiera contemplar los siguientes elementos: 

Oración y ayuno. La estrategia y los planes deben surgir de la oración y siempre mantener una flexibilidad para adaptarse a lo que el Espíritu está haciendo (Hechos 16:6-10). 

Evitar depender de recursos externos para la misión. Esto no solo limita lo que el gran misionero y misiólogo anglicano Roland Allen llama la “expansión espontánea de la iglesia”, sino que nos puede llevar a poner confiar el algo aparte de Dios.  

Ver a todo cristiano bautizado como agente de misión. Esto es una implicancia de la doctrina del “sacerdocio universal” que tanto impacto tuvo en la Reforma. 

Reconozcamos que la iglesia tiene la responsabilidad principal tanto de preparar para la misión como de misionar 

Corremos un gran peligro de formar cristianos que piensan que son como los "llaneros solitarios" de la misión. Nuevamente es interesante que Jesús sopla sobre sus discípulos cuando estaban reunidos y los envía juntos como una comunidad unida en misión. “Yo los envío a ustedes” (v.21) y juntos recibirían la misión y empoderamiento que se derramaría en el día de Pentecostés. En los evangelios Jesús siempre los envía por lo menos de “dos en dos”, y en Herrnhut no fue sino hasta que la comunidad se unió y reconcilió que nuevamente fueron enviados en misión. Una de las mayores dificultades misionales de la iglesia en Latinoamérica es la división y la competencia que existe entre denominaciones e incluso entre cristianos de la misma denominación o iglesia local.

Comprendamos entonces que la misión es una responsabilidad y un privilegio de la iglesia en su totalidad y sus líderes deben “capacitar al pueblo de Dios para las obras de servicio” (Efesios 4:12). Como hemos dicho, el mundo para-eclesiástico (incluyendo seminarios y otros ministerios) tendrán una función y un papel clave, pero siempre debiera estar escondido y ser secundario a la labor de la iglesia. 

La iglesia tiene la responsabilidad principal de equipar, preparar y enviar a todo cristiano en esta misión. Como dijo célebremente C.H. Spurgeon: “Todo cristiano es un misionero o es un impostor”. Si la iglesia recobra esta responsabilidad, estoy convencido que nacerá una nueva pasión por, y una nueva poderosa etapa de, la misión de Dios.  

Jonathan Kindberg


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